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Silvia Calderón: “El amor es un derecho”


Ingresó en 1977, a la entonces denominada Dirección Provincial del Menor, como preceptora de Casa Cuna con 170 niños y luego fue regente del Hogar 7 de varones. Hoy es la directora del Instituto 20 de junio de la institución, cargo que ocupa desde el 10 de abril de 1995. Silvia Calderón rescata la figura de preceptora por considerar que es quien está pendiente de los niños desde que se levantan hasta que se acuestan, en cada detalle. Fue quien impulsó cambios en el trato con los chicos, humanizando la relación.

¿Cómo era Casa Cuna cuando entraste?

Hasta unos días antes de que yo entrara el lugar había estado a cargo de las monjas. Recuerdo que llegaba y tenía a todos los chicos con delantalitos, las nenas a cuadros rosados y los nenes azules, los chicos terminaban de almorzar y los hacían dormir sentaditos en la mesa apoyando las cabecitas en sus brazos cruzados. Los chicos lloraban entonces yo decidí que no durmieran más sentados. Había un montón de ropa y pensé que no teníamos por qué tenerlos uniformados. Por ejemplo, en el sector de bebés a los niños, sentados en las pelelas, les daban con un platito una cucharadita de comida. Era terrorífico y dije: a partir de hoy esto no va más, los niños van a comer en sus mesitas y al que haya que darle la leche en brazos se le da. Empezamos a implementar cambios.

¿Cómo fue tu experiencia en el Hogar 7 de varones?

En 1982, se abrió un anexo de Casa Cuna con 62 varones, el Hogar 7. Y se cerró en 1992, el primero con la política de desmasificar los hogares. Cuando abrimos el Hogar tenía chicos de 3 a 6 años pero se fueron casi de 20 años porque no se querían separar de mí.

¿Cuál era el vínculo que tenias con los chicos?

Éramos una gran familia. Viví diez años en el Hogar. Ellos me llamaban como elegían hacerlo: Silvia, mami o tía. Nunca les impuse nada. Cenábamos todos juntos: mis hijos, mi esposo y los chicos. Yo he tenido un marido que ha sido un compañero excepcional. Todos los chicos hasta el día de hoy le dicen viejo. Siempre compartimos sin hacer diferencias.  Yo era la persona que estaba con ellos cuando se acostaban, cómo pasaban la noche y cuando se levantaban,  cuando lloraban porque extrañaban a sus mamás, o sus casas  y me acostaba al lado de ellos. Sentían que había una figura de acompañamiento las 24 horas del día. Eso era muy importante para ellos. Yo les he llegado a dar el pecho a los chicos de esta institución mientras amamantaba a mis hijos.

Para las fiestas yo me llevaba a los chicos que se quedaban en el Hogar y no salían con sus familias, así fueran veinte. Eso fue porque recuerdo que una navidad y un año nuevo me quedé con ellos y fue muy triste. Entonces dije, si quiero criar a estos chicos como si fueran mis hijos nunca más los voy a dejar  una fiesta aquí,  en esa soledad que vos ves que esperan a la mamá y no viene, esperan a la familia y no viene. Así que a partir de ahí solicité autorización al juez para llevármelos.

¿Seguís teniendo contacto con ellos después de tantos años?

Sigo teniendo contacto con todos los chicos que estuvieron en el Hogar, Por ejemplo, hay dos hermanos que siempre que tienen una situación límite en la familia me buscan. A muchos les fue muy bien,  tienen sus familias, sus trabajos, sus profesiones u oficios.  Ahora quieren que nos juntemos a comer un asado para fin de año.

¿Qué cosas te hacen sentir importante para ellos?

Yo tengo lo que muchos no van a tener: el agradecimiento y el recuerdo de los chicos. No me interesa el monolito en la plaza de la Dinaf. Cuando me los encuentro y veo sus expresiones de amor, me da mucha satisfacción porque pienso: no me olvidan, realmente les ayudé en su vida.

¿Qué creés que te agradecen?

El compartir, el escucharlos. Cuando un chico te dice necesito hablar con vos, es aquí y ahora. Y si lo dejás para después tal vez ya sea tarde. Porque ese minuto tal vez era algo muy importante para su vida, en el que podía decirte algo que después no te lo dice más. Para mi ellos están primero.

Sabemos que los chicos te llaman a cualquier hora si están en problemas. ¿Qué hacés?

Uuuuuuffff… Les doy respuesta. Hago el acompañamiento a las familias. Por ejemplo hace poco me llamaron del hospital por una niña de doce años que le hicieron un lavaje de estómago, estaba embarazada, ahí le hice el acompañamiento a ella y su familia y aún los veo, ya nació el bebé y es hermoso. O si me llama algún chico y me dice: tía no tengo que comer; consigo arroz, fideos, lo que sea y se lo llevo. O una chica que está por tener un bebé y no tiene nada. Allá me fui, conseguí cunita, sabanita, ropita, mamadera, todo, y se lo llevé. En todo lo que sea social y me llaman, yo estoy ahí. Esta tarea la hago de alma. Es cierto que tengo la apoyatura institucional ya que cuento con un auto de guardia para mí. Yo no apago el teléfono porque sé que detrás de alguna llamada hay algún ser humano que necesita ayuda.

¿Qué pensás de la institucionalización?

Yo no quiero que los chicos vivan con nosotros de por vida. Ojalá en tres meses regresaran a sus familias, a su contacto barrial. No es bueno que pase un año y sigan con nosotros. Es obligación nuestra profundizar el trabajo para que en tres meses ese niño vuelva a su hábitat natural. Eso sí, yo no estoy de acuerdo con las personas que piensan que hay que trabajar con los niños sin tocarlos, sin hacerles cariño. A mi me duele el corazón. El amor es un derecho. Yo creo que las necesidades básicas tienen que estar cumplidas: alimento, salud, escuela pero todo en base al amor. Tenemos que forjar desde ahí. Te cuento algo que grafica el compromiso con el otro: llego un día a mi casa y me los encuentro en la puerta a varios chicos con sus bolsitos y que no tenían dónde ir. Es una imagen que no se me va más. Les dije, bueno, quédense conmigo acá, vamos a tirar unos colchones y ya nos vamos a arreglar. Yo vivía fuera de la institución.  Se quedaron un tiempo en casa. Los chicos salían a bailar y uno de ellos no salía nunca, se quedaba a tomar mate conmigo. ¿Por qué si sos joven?, le decía. Hasta que una noche le dije que se pusiera el agua y tomáramos unos mates solitos. Contame cuál es el problema por el que vos no querés salir a bailar, porque sos joven, podés encontrar una chica, formar una familia. Y ahí lloramos mucho los dos porque me dijo: no tía, yo no salgo porque cuando entramos a Casa Cuna me separaron de mis hermanas, y yo tengo mucho miedo de encontrarme y enamorarme en algún baile de alguna chica que sea mi hermana. Yo le dije, pero no podes arruinar tu vida, te juro que desde mañana nos ponemos a buscar a tus tres hermanas. Y gracias a Dios encontramos a las tres, una acá cerca, otra en Córdoba y otra en San Rafael. Hoy él tiene una familia extraordinaria debido a que se sacó ese gran peso de encima. Esas cosas no tienen precio. Pero se forjan con amor. Por eso me duele en el alma cuando me dicen que no hay que trabajar con los chicos desde el amor. No lo entiendo. Me duele.

En estos años podrías haber accedido a otros cargos, sin embargo  seguís trabajando acá ¿Por qué?

Porque amo profundamente lo que hago y no me gustaría que una nueva función me privara de estar en contacto con los chicos. Yo creo que mi misión es estar con ellos y poder ayudarlos. Es mi mejor retribución a la tarea cumplida, sentir que he podido ser alguien en sus vidas.