Historia

La base teórica para la creación del Parque del Oeste, como se lo denominó inicialmente, se fundó en los estudios realizados por el médico higienista Emilio Coni. Su análisis acerca del estado sanitario de Mendoza concluía con una serie de acciones que debían encararse para mejorar la salubridad pública. Estas eran por ejemplo construir un hospital  provincial en una zona elevada de la ciudad, protegido por barreras verdes. Para concretarlo debían hacerse obras de infraestructura como canales de riego y defensas aluvionales. Con este fin las autoridades provinciales, encabezadas por el gobernador Francisco Moyano y el ministro de Hacienda Emilio Civit, sancionaron el 6 de noviembre de 1896 la ley N° 19 autorizando a erogar la suma de 158.000 pesos para realizar las tareas previstas en tierras fiscales situadas al oeste de la Ciudad Nueva. Cinco días después Carlos Thays, director de paseos públicos de Buenos Aires, presentó los planos preliminares en donde destinaba 329 hectáreas para la instalación del parque y dejaba en reserva 70 hectáreas para quintas.

La tarea de plantar los primeros forestales, tal como pedía la mencionada ley, le fue encomendada a principios de 1897 al agrimensor municipal Domingo Barrera, no sin antes el gobierno aclarar que aún no estaban terminados los planos encomendados al “ingeniero Carlos Thays” (cf. Castro, 1996 y Ponte, 1999).

El francés había sido discípulo de Édouard-François André un especialista en paisajismo inglés y había llegado a la Argentina en 1889 por recomendación de Jean Alphand, autor de la remodelación de los bosques de Boulogne y de Vincennes en París. El gobierno de Mendoza consultaba permanente a Thays, testimonio de ello es la correspondencia mantenida con Coni, donde éste le pedía opinión sobre el arbolado público de las calles (Coni, 1897). Barrera comenzó entonces a dirigir los movimientos de suelos, a delinear las calles, tal como había previsto el paisajista. El proyecto fusionaba las dos tendencias por ese tiempo aplicadas a la creación de espacios verdes: la del romanticismo inglés y la del clasicismo francés. El parque general San Martín a partir del diseño de Thays combina un diseño orgánico y pintoresco a través de calles curvas con un diseño racional a partir de la inclusión de un eje ceremonial con perspectivas monumentales. La avenida de los Plátanos y la avenida del Libertador son los ejemplos respectivos de cada actitud proyectual.

El nuevo siglo deparó novedades relacionadas con la inauguración de obras y la instalación de elementos ornamentales. En 1903 se creó el primer Jardín Zoológico de Mendoza, que se ubicó en el límite norte del parque en ese tiempo, en coincidencia con el canal del oeste que irrigaba las tierras. En  1907 se puso en marcha el Hospital Provincial, proyectado de acuerdo a las ideas de Coni con pabellones aislados rodeados de verde para favorecer la recuperación de los enfermos. Dos años después se colocaron los portones que habían sido adquiridos a la fundición McFarlane de Glasgow. A estos íconos que marcan el ingreso simbólico al parque luego se sumaron en 1914 la pareja de caballitos de Marly. Las esculturas de mármol de carrera realizadas por la firma Sahores y Ojeda reforzaron el eje clásico previsto en el diseño de Thays. A pocos metros de allí, y en el remate en rotonda de la avenida de los plátanos se ubicó en 1912 la fuente de los continentes. En este caso el conjunto escultórico de gran belleza artística fue encargado a Val d´Osné, en Francia, firma cuyo catálogo era consultado por la diversidad y calidad de las piezas que ofrecía.

La realización y consolidación del lago como corazón virtual del parque demandó innumerables obras desde los inicios y hasta mediados del siglo XX ya tendría múltiples funciones. Por un lado se utilizaría como reservorio de agua y por otro se usaría para la práctica de deportes náuticos y también paseos en pequeñas embarcaciones. Una de las primeras construcciones inauguradas en el perilago fue el club de Regatas, obra realizada en 1909 por el  ingeniero Juan Molina Civit.

Diez años más tarde se sumó la Rosaleda como se llamó en los comienzos el tradicional espacio que fuera impulsado por el gobernador José Néstor Lencinas. Fue proyectado por Raúl Jacinto Álvarez, el primer arquitecto mendocino, con el objeto de brindar nuevos sectores recreativos a la población. Desde aquí se podía abordar la Cuyanita, un barquito que surcaba las aguas hasta la isla del lago y retornaba al muelle del Rosedal. Finalmente en 1937 y durante la gestión del gobernador Guillermo Cano, se inauguró el balneario popular Playas Serranas, cuyo diseño estuvo a cargo de los hermanos y arquitectos Manuel y Arturo Civit. Estaba destinado a los bañistas de menores recursos que no podían acceder a los clubes que ya se habían instalado en el parque mediante concesiones del gobierno provincial para fomentar la práctica deportiva. Dos concesiones se dieron para instalar clubes de fútbol (Independiente Rivadavia y Gimnasia y Esgrima) y dos también para tenis (Mendoza Tenis Club y Andino Tenis Club). Además se instalaron un Club Hípico y un Club de Golf, éste último proyectado por el arquitecto Daniel Ramos Correas. La década del ´30 trajo la novedad de la creación dentro del parque de un nuevo parque. Se trató del Parque Aborigen, un sector que preservaba la flora autóctona de la región, cuyo autor fue Benito de San Martín.

Al prohibirse el uso del lago como natatorio, el edificio Playas Serranas, actualmente considerado una de las obras más relevantes de la arquitectura racionalista del país, dentro del estilo náutico, albergó nuevos usos y desde 1989 es la sede del Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas “Juan Cornelio Moyano”.

Remodelaciones y nuevas obras comenzaron a desarrollarse en el parque a partir de los años ´40. Entre las más significativas podemos mencionar las realizadas por Ramos Correas en su paso como director de Parques y Paseos durante los gobiernos conservadores de ese tiempo. Remodeló el ingreso al parque y también el entorno del Monumento al Ejército de los Andes, obra realizada en 1914 por Juan Manuel Ferrari. El arquitecto consideró que el conjunto escultórico debía jerarquizarse y por ello diseñó la escalinata monumental evitando que los vehículos llegaran hasta la base de la obra. La realización del pequeño teatro al aire libre (actual Pulgarcito), del Gran Teatro Griego (luego Frank Romero Day, en homenaje al ministro de Guillermo Cano que impulsó la creación de la Fiesta de la vendimia), y el traslado del Zoológico a la base del Cerro de la Gloria, son quizás las contribuciones más importantes de Ramos Correas.

En la década del ´50 el parque fue protagonista de la “Feria de América” una exposición de cultura, ciencia y tecnología, organizada por el gobierno nacional a imagen y semejanza de las Exposiciones Industriales del siglo anterior. César Janello y Gerardo Clusellas proyectaron el master plan y también algunos pabellones como el de Brasil y de la Industria Vitivinícola. Como testigo de los modernos edificios que se instalaron en los prados del parque sólo se conserva el pabellón de Cuba, situado al este del monumento al aviador Benjamín Matienzo. También en esa década se inauguró el Hogar Escuela Eva Perón, obra realizada en el marco del segundo plan quinquenal del gobierno peronista. A pocos metros de allí, se instaló la obra más importante del parque en la década del ´60. Se trató de la Ciudad Universitaria, una obra que es símbolo del urbanismo moderno en Mendoza y que recibe a diario y ha formado a cientos de miles de estudiantes y profesionales de destacada actuación a nivel local, nacional e internacional respectivamente.

Podríamos continuar presentando otros lugares, reseñando las nuevas obras que se fueron sumando y que hoy conforman también el patrimonio histórico y paisajístico del parque. Un parque que desde sus orígenes fue recreándose y reinventándose permanentemente y que en el año 1996 fue declarado “área ambiental urbana protegida” gracias a la Ley Nº 6.394.

Resultado del pensamiento de un grupo de hombres que imaginaron una Mendoza para el futuro, nuestro parque ha ido cambiando a lo largo de su historia como mutan sus plantas y árboles con cada estación. Para regocijo de quienes lo paseamos o recorremos al caminar, andar en bicicleta, patinar o trotar, sabemos que el gran jardín de Mendoza no conoce de diferencias sociales, de razas ni de religión, sino de inclusión, diversidad, punto de encuentro y sentido colectivo.

Todos, en mayor o en menor escala, hemos disfrutamos de ese ambiente especial que nos dan sus calles arboladas o el lago con las montañas como telón de fondo, invitándonos a pensar que por allí, otras generaciones, también se reflejaron y tuvieron sentido de pertenencia.

Texto: G. Moretti
Dirección de Patrimonio Cultural y Museos