

Crónicas y Experiencias
De-ambular como un modo de intención y de intervención
“No busquemos edificar su destino ni inculcarle nuestros ideales, ni tampoco modelarlo a nuestra imagen con el orgullo de los creadores.” S. Freud
Cierta inquietud nos provocaba una serie de interrogantes y efectos de malestar, referidos a las derivaciones escolares de chicos para iniciar tratamientos psicológicos y/o psiquiátricos debido a diversas cuestiones que se generaban en el ámbito de la escuela, como dificultades en el aprendizaje y problemas de conducta. Desde el dispositivo de Admisión del Infanto surgió como consecuencia un proyecto que tuvo como iniciativa ambular, palabra que deriva del latín ambulare, pasear, y que significa andar, caminar sin tener asiento fijo donde la constancia y el empuje son justamente la acción de ir a un lugar a otro, en este caso circunscripto al territorio de aquellas escuelas que realizaban en su mayoría las derivaciones. La intención era generar un espacio de diálogo con docentes y directivos por fuera de las vías protocolares, tan conocidas como infructuosas, como la de los informes, a los fines de hacer lecturas despatologizantes, pensar la singularidad y en función de ese proceso construir respuestas e inventar soluciones a lo que entendemos como conflicto o síntoma, al tiempo que se sostenía dejar caer cualquier intención de producir guías de acción, de protocolos estandarizados con supuestas soluciones eficaces con el alcance de un para todos. La institución escolar, de acuerdo con su noción de sujeto, es mirada por sus mismos actores, con una visión del mundo, en que, el buen funcionamiento puede verse entorpecido por deficiencias, degradaciones y carencias que es preciso remediar.
En relación a lo expresado, el proyecto que supo ponerse en marcha hace ya más de un año, continúa con la intención de generar un espacio de diálogo en las instituciones educativas a los fines de tratar lo que se entiende como su propio malestar, el sufrimiento y la incertidumbre que produce en los docentes la lógica de la época y las situaciones que se suscitan en el aula ofreciéndoles un espacio de escucha, de interacción y de invención que implique necesariamente un saber hacer con los chicos de esta época considerando a su vez la subjetividad de cada uno. Es bien sabido que los jóvenes actualmente se encuentran en una situación de incertidumbre y de desorientación. Todo ello tiene efectos, que incluso suelen traducirse en el cuerpo, tales como: aparición de angustia, miedos, agresividad, síntomas corporales, entre otros tantos, que suponen un sufrimiento añadido a la situación. Además, la aparición de sentimientos de vergüenza, culpabilidad y desvalorización acompañan, frecuentemente, el malestar. La solución farmacológica a estos sufrimientos es, a todas luces, insuficiente y tan sólo tiene una función paliativa en el mejor de los casos, pues poco puede aportar ante lo que es, en ocasiones, una angustia existencial, es decir, quieren encontrar un camino de salida al malestar, pero no saben cómo hacerlo, y en muchas situaciones ni siquiera pueden hacerlo solos.
La apuesta desde nuestro espacio es ir abriendo al interior de la escuela, mediante dispositivos de conversación específicos los espacios para que surja la palabra de los mismos actores de la institución, que les permitan ir dilucidando las diferentes dimensiones en juego y puedan ir encontrando aquello que desconocían, no sabían o no habían pensado, dada la complejidad y opacidad de la problemática para luego ir analizando con cada uno de los actores de la institución las múltiples variables en juego. Desde nuestro posicionamiento, nos permitimos pensar la disfunción o anormalidad como algo que nos orienta y no como aquello disruptivo que necesariamente hay que corregir para adaptar a un sujeto, entonces no se apela a “arreglar” sino a posibilitar condiciones necesarias para hacer oír ahí una subjetividad. Las dificultades en relación a los objetivos que se propone la institución, constituyen verdaderos analizadores institucionales y nos hablan de algo que apela a una significación que sólo los mismos sujetos, en su singularidad, pueden ir produciendo. Ahora bien ¿De qué hablan los problemas de aprendizaje y conducta en una institución escolar? Sólo los sujetos concernidos, desde su singularidad, tienen la manera y la posibilidad de elaborar una posible respuesta. Por lo que, el dispositivo al interior de la escuela, no intentará introducir en el ordenamiento institucional, ni rectificaciones de transmisión en términos de ejercicio docente ni valoraciones en sus métodos pedagógicos, pero si construir interrogantes que puedan luego metabolizarse para pensar la implicancia y la responsabilidad desde la función de cada quien y la resonancia en el otro. El trabajo de elucidación modifica, en cierta medida, la relación de cada uno con la situación. Dicho abordaje al interior de la institución, no pretende ser la respuesta a todas las dimensiones que se juegan en la institución pero sabemos bien que intervenir en la institución tomando en cuenta la dimensión subjetiva de los actores singulares y grupales y sus determinaciones no sabidas o no pensadas, nos abre nuevas perspectivas en la comprensión de los fenómenos que ahí se suceden. Desde esta perspectiva y con la especificidad antes señalada, será posible apreciar cómo la demanda de los diferentes actores no es igual, ni la problemática es la misma para cada uno de ellos, con lo cual se rompe con la ilusión de homogeneidad, universalidad y objetividad, que sostiene el discurso institucional y del que parte el encargo a los profesionales de la salud mental. Y cómo es justamente desde lo que falla, desde lo que el discurso escolar no incluye, desde el desconocimiento que pueden analizarse las diferentes demandas y también pueden producirse diversas significaciones por las dimensiones heterogéneas de la problemática misma.
El filósofo francés Jaques Rancière en su texto “Escuela, producción e igualdad” afirma que “la escuela no es un lugar definido por una finalidad social externa”. Este enunciado posibilita sostener desde un inicio la primera aproximación que sostuvimos como interrogantes en la escuela ¿para qué sirve o para qué debería servir la escuela? En la misma lógica conversamos alrededor de esto con respecto a la función del docente y los modos de encarnarla. Necesariamente se parte de un axioma que sostiene la sociedad donde afirma que la escuela está ahí para producir ciertos efectos o ciertas transformaciones sociales y/o culturales en el individuo. Pero Rancière dice que la escuela no se define por su finalidad social externa, sino que la escuela tiene su función, precisamente, en la manera en que se separa de cualquier finalidad externa. O, dicho de otro modo, la finalidad de la escuela es la escuela misma. Decir esto, es decir a su vez que hay la posibilidad de convergencia entre contingencia y subjetividad en el modo de habitar un lazo entre los protagonistas y refundar una obsoleta estructura de poder ejercida desde y con un saber sobre otro, generalmente desposeído.
Para concluir, nos queda seguir pensando sobre la referencia a la educación escolar como refugio, como dispositivo de hospitalidad, como las construcciones de un tiempo y de un espacio protegido, separados de las lógicas del capitalismo y del consumo, es decir como una pausa en la que se puede, todavía estar a salvo.
Lucas Simó
Psicólogo del Centro Infanto Juvenil Nº 6
Emilce Ozán
Lic. en Minoridad y Familia