Volver a encontrarse: el derecho a saber quién soy


En Mendoza, gracias al Programa de Identidad Biológica, personas que fueron separadas de sus familias en el pasado están encontrando sus raíces. En cada historia hay años de silencio, caminos enredados y un hilo persistente de preguntas que nunca dejaron de doler. Esta nota recoge las voces de quienes buscaron y encontraron. De quienes, al fin, pudieron decir: “Ahora sé de dónde vengo”.

El número 16 del año: Ariel y su historia de 34 años de búsqueda

Ariel García es comerciante, árbitro de fútbol de salón y tiene cuarenta y seis años. Vive en Maipú, donde también vive —y esto lo supo hace poco— su padre biológico, Daniel Muñoz. El reencuentro entre ambos fue el número dieciséis que logró concretar el Programa de Identidad Biológica en lo que va de 2025. Pero detrás de ese número hay una historia de más de tres décadas. Y una mochila llena de preguntas.

“Las dudas me empezaron a los doce años —dice Ariel—. No me veía parecido a nadie de mi familia. Ni físicamente ni en las actitudes. Cuando tuve diecisiete, vi una publicidad en la tele que decía: Si tenés dudas sobre tu identidad, acercate a Abuelas de Plaza de Mayo. Y eso hice. Me fui solo a Buenos Aires, en colectivo, con una mochila y muchas preguntas. Dejé una muestra de sangre en el Hospital Durand. Y me volví esa misma noche. Todo en un día”.

Durante años, la respuesta fue siempre la misma: “Todavía no hay coincidencias”. Hasta que un día, alguien del banco de datos le dijo: “No llames más. Si aparece algo, te vamos a avisar”. “Ese día —recuerda Ariel— sentí que se me venía el mundo abajo. Pero no me rendí”.

Más tarde se cruzó con el Colectivo Mendoza por la Verdad. Patricia Giménez y Guadalupe Álvarez lo ayudaron a seguir. “Guadalupe me dijo: cada búsqueda tiene su tiempo. Y fue así”. En 2018, Ariel dejó su muestra en el Banco Provincial de Huellas Genéticas. Y en junio de este año llegó el llamado. “El encuentro fue el diez de julio. Uno de los días más felices de mi vida. No solo conocí a mi padre. Conocí a cinco hermanos. Y un abuelo de noventa y siete años”.

El padre que también buscaba: Daniel y su gorra con memoria

Daniel Galdame nació en San Martín, en 1967. Creció en una familia amorosa, con todo lo que un niño puede desear. Recién en 2010, con sus padres adoptivos ya mayores, supo que era hijo del corazón. Entonces comenzó una búsqueda tenaz. Como buen ex policía, investigó, cruzó datos, consultó actas de nacimiento, preguntó en clínicas, en pueblos, en archivos. “Yo no me iba a quedar con la duda”.

En 2024 dejó su muestra genética en el Programa de Identidad Biológica. Y el cruce llegó. Su padre biológico, José María, ya estaba registrado. Daniel no quiso esperar. “Yo no iba a quedarme para un acto oficial. Le dije a Derechos Humanos: Es mi papá, y yo lo quiero conocer ya”.

Desde el reencuentro, la vida le cambió. “Antes no tenía a quién mandarle un mensaje. Ahora tengo cinco hermanos. Todos los días hablamos. Un día cae uno con tortitas. Otro con vino. Otro con ganas de un asado”. Daniel ya se hizo estampar en la gorra una foto con su padre. Y piensa plotear su camioneta con una huella dactilar gigante y un número de contacto: “Para que otros también se animen. Para que pregunten. Para que sepan que esto existe”.

José, el padre que creyó que su hijo había muerto

José María Robledo, el padre biológico de Daniel, tenía 80 años al momento del encuentro. Su testimonio es breve, pero conmovedor. “A mí me dijeron que mi hijo había muerto. Me mintieron. Y así pasaron los años. A los 57, él me encuentra a mí. Él hizo todo. Yo solo estaba en mi casa cuando un día me tocan la puerta y me preguntan si tenía un hijo. Todo volvió a mi mente”, cuenta desde su casa en La Paz, Mendoza.

José habla de Dios. De caminos misteriosos. De tiempo perdido. Pero sobre todo, habla de gratitud. “Fue un encuentro hermoso, hermoso, hermoso. Lloramos. Nos abrazamos. Ahora compartimos cosas. Y yo, a mis 80 años, tengo la alegría inmensa de haberlo encontrado. No se puede volver atrás. Pero se puede seguir, hasta donde Dios quiera”.

Malena, los hermanos que no sabía que tenía y la sorpresa del reencuentro

Desde muy joven, Malena quiso saber. Sus padres adoptivos le contaron lo poco que sabían: que su madre no había podido criarla, que una vecina la llevó al juzgado, y que la adopción se concretó después de una denuncia. “Yo pensaba que era hija única. Hasta que descubrí que tenía tres hermanos más”.

El día del reencuentro fue, en sus palabras, “uno de los más especiales de mi vida”. Esperaba encontrarse solo con uno de los hermanos, pero llegaron los tres. “Nos abrazamos sin conocernos. Fue algo profundo, real. Sentimos esa conexión de hermanos que no se explica.”

Hoy mantiene el vínculo con ellos. Se visitan, comparten charlas, se buscan. “Tuve miedo, claro. Pero el corazón me decía otra cosa. Y no se equivocó”.

Pilar, el parecido imposible de negar

Pilar tiene 66 años. Y durante toda su vida sintió que algo no cerraba. “Mi mamá adoptiva nunca fue afectuosa. Nunca fue a un acto escolar. Nunca una caricia”. Empezó a preguntar a los catorce, pero se encontró con un pacto de silencio. Recién de adulta se animó a buscar formalmente. Se hizo un hisopado con el Colectivo Mendoza por la Verdad. Después un Family Tree. Ningún resultado cercano.

“Un día, ya resignada, me llaman de la Fiscalía. Me dicen que hay un 80 % de compatibilidad con alguien. Ahí empezó todo”, relata emocionada desde la provincia de San Luis, donde reside.

El hermano que apareció tenía tres hermanos más. Por línea materna. “La mayor no entendía cómo su mamá había podido abandonar una hija. Pero me aceptaron. Y cuando me vieron, no lo podían creer. Me decían que tengo la misma cara, las mismas manos, hasta el mismo olor que mi mamá biológica”.

El reencuentro fue reciente. “El sábado pasado fui a Mendoza, a la fiesta de cumpleaños de uno de mis hermanos. Fue uno de los días más hermosos de mi vida. Perdí a mi marido. Perdí a una hija. Había perdido la alegría. Y ese día volví a reír, a cantar karaoke, a bailar”.

Al día siguiente se cayó y se fracturó el fémur, pero no deja que eso le empañe la luz de lo que vivió. “Hoy tengo una familia nueva. Y le digo a todos los que están buscando: vayan a Huellas. Es en Mendoza. Funciona. Y vale la pena”.

Identidad: cuando el Estado repara lo que antes omitió

Alejandro Verón, director de Derechos Humanos de Mendoza, lo resume con claridad: “Este programa busca garantizar el derecho a la identidad y reparar una deuda histórica. No solo se trata de identificar coincidencias genéticas, sino de acompañar a las personas que buscan, y también a quienes son encontrados.”

La provincia de Mendoza es pionera en esta política. El Programa de Identidad Biológica es el único creado por ley en el país. En lo que va de 2025 ya se concretaron dieciséis reencuentros. Algunos públicos, otros privados. “Acompañamos a casi doscientas personas —dice Verón—. Pero más allá del número, cada historia transforma vidas”.

En la práctica, el trabajo articulado con hospitales, registros civiles, el Ministerio de Salud y el Registro de Huellas Genéticas permite agilizar procesos que, en otros contextos, serían eternos. Mendoza logró convertir la tecnología en herramienta de humanidad.

A veces, encontrar la verdad puede llevar años. Décadas. Pero una vez que llega, hace lugar. Como dijo Ariel: “Hoy me falta espacio en el pecho. El corazón se me hizo enorme”.